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Réquiem por un simio

Kanzi.
1 de abril de 2025 22:25 h

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El pasado día 18 de marzo, a la provecta edad de 44 años, Kanzi falleció en su lugar de residencia en Iowa. La vida de Kanzi estuvo dedicada al estudio del lenguaje y de la cognición. Pero Kanzi no era investigador, tampoco lingüista. Kanzi era un bonobo.

El bonobo Kanzi fue criado y adiestrado por la primatóloga Sue Savage-Rumbaugh. Kanzi adquirió la capacidad de comunicarse con sus cuidadores utilizando lexigramas, símbolos que representan palabras. Kanzi podía hacerse entender presionando un teclado de lexigramas que expresaban diferentes conceptos, como comer, plátano o agua. Según sus cuidadores, Kanzi tenía la capacidad de entender unas 3000 palabras en inglés (un vocabulario equivalente al de un niño de pequeño).

El caso de Kanzi no es ni de lejos el único. Hay un selecto grupo de simios que han sido objeto de estudio de la lingüística y que han dado pie a investigaciones sobre la naturaleza del lenguaje. Las investigaciones en torno a la posibilidad de enseñar a primates no humanos a comunicarse mediante lenguas humanas vivieron su edad de oro entre 1960 y 1980. La fecha no es casual. Estas investigaciones surgieron como respuesta a los postulados del lingüista Noam Chomsky sobre la naturaleza del lenguaje humano. Chomsky defendía que el lenguaje es una capacidad que nos viene dada biológicamente a los humanos. Si bien el entorno social en el que nos criamos determina la lengua que adquirimos como materna, la capacidad para desarrollar el lenguaje es simple y llanamente una facultad biológica de nuestra especie, como lo puede ser la bipedestación o la respiración. Nuestra predisposición biológica para el lenguaje postulada por Chomsky explicaría la asombrosa rapidez y naturalidad con la que las crías humanas adquieren su lengua materna del entorno prácticamente por ósmosis, sin adiestramiento explícito y en un tiempo récord.

Las tesis de Chomsky supusieron en su época una revolución en los estudios del lenguaje. Hasta entonces, la lingüística había tenido una vocación más bien filológica, y se había centrado fundamentalmente en el estudio de los textos y en la documentación de los diversos sistemas lingüísticos para analizar cómo cambian las lenguas a lo largo del tiempo y establecer así paralelismos y filiaciones entre lenguas emparentadas. Por otro lado, la psicolingüística a. C. (antes de Chomsky) reducía el comportamiento lingüístico de los humanos a los mismos esquemas conductistas del condicionamiento clásico, en el que un estímulo produce una respuesta. Los postulados de Chomsky (desarrollados desde los años 60 en adelante) señalaban nuestra biología como explicación fundamental del lenguaje humano. Para Chomsky, nuestra capacidad para el lenguaje viene determinada por nuestra cognición y es una facultad innata exclusiva de nuestra especie. 

Las respuestas a las ideas de Chomsky no se hicieron esperar: a partir de los años 60 proliferaron los estudios con primates, con el objetivo de desmontar o confirmar las hipótesis de Chomsky. Mucho antes de Kanzi, estuvieron Washoe, Koko, Lana o Nim Chimpsky, todos ellos primates estudiados por lingüistas y primatólogos, convertidos hoy en celebridades simiescas en el gremio de la lingüística. Si bien las investigaciones difieren en algunos aspectos (Washoe, Lana y Nim eran chimpancés, Koko era un gorila, Kanzi era un bonobo) el objetivo de estas investigaciones era común: comprobar si era posible enseñar a primates no humanos a utilizar el lenguaje humano, habitualmente enseñándoles lengua de signos de americana o mediante el uso de representaciones simbólicas, como los lexigramas. De lograrlo, quedarían desmontadas las propuestas de Chomsky. 

La particularidad de Kanzi es que, a diferencia de otros simios, Kanzi no fue adiestrado de forma deliberada para aprender a usar el lenguaje humano, sino que lo adquirió de forma, digamos, “natural”, por observación. A quien la investigadora Savage-Rumbaugh intentaba en realidad adiestrar era a Matata, la madre de Kanzi. Kanzi entonces era una cría que acompañaba a su madre durante las sesiones de entrenamiento. Matata no parecía mostrar demasiado interés en los lexigramas, pero los investigadores observaron entonces algo prodigioso: la pequeña cría que pululaba por allí y que observaba el adiestramiento que recibía infructuosamente su madre, empezó a usar los lexigramas de forma competente. En poco tiempo, Kanzi manejaba con soltura varios centenares de símbolos y era capaz de usarlos de forma creativa, no repetitiva e incluso conversacional.

La incapacidad de Matata y de otros bonobos mayores que Kanzi para adquirir la habilidad lingüística que sí adquirió Kanzi parecía además sugerir que los bonobos podían tener algo parecido a lo que conocemos como periodo crítico, es decir, un intervalo de años en el que los humanos necesitamos recibir estímulos lingüísticos de nuestro entorno para desarrollar nuestra capacidad para el lenguaje. Esta es una característica distintiva de la facultad humana para el lenguaje: la respiración o el llanto son habilidades instintivas, no necesitamos ver a otros humanos respirar o llorar para saber a hacerlo. Sin embargo, sí necesitamos estar expuestos a estímulos lingüísticos para desarrollar el lenguaje y adquirir así nuestra lengua materna, y ese estímulo debe producirse durante la infancia. Un cachorro humano al que se le prive del estímulo lingüístico normal y necesario durante el periodo crítico (por ejemplo, porque sea víctima de maltrato o tenga una sordera no diagnosticada) tendrá muy difícil adquirir el lenguaje más adelante o no lo adquirirá con plena competencia. En ese sentido, la capacidad de Kanzi para aprender a manejar los lexigramas (habilidad que otros bonobos de más edad no lograron alcanzar) quizá indique la existencia de algo parecido a un periodo crítico para el lenguaje en los primates no humanos.

Las investigaciones en torno a la posible existencia de capacidades lingüísticas en simios son fascinantes, pero no están exentas de polémica. Los detractores arguyen que las conclusiones de estos experimentos son muy cuestionables y están sesgadas por los observadores que cuidaban y entrenaban a los simios. No está claro hasta qué punto los logros de Kanzi y sus semejantes son asimilables a lo que hacemos los humanos cuando nos comunicamos, o si simplemente estaban aprendiendo a hacer números circenses lingüísticos para complacer a sus cuidadores. Por otro lado, estos proyectos plantean dilemas éticos sobre si es aceptable sustraer simios de su hábitat, aislarlos de sus grupos y someterlos a entrenamientos antinaturales en entornos humanos para satisfacer nuestra curiosidad. 

En cualquier caso el debate sobre si la capacidad para el lenguaje es exclusivamente humana o hasta qué punto es similar a otras formas de comunicación en el mundo animal está aún lejos de ser resuelto.  

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